La obsesión por el amor

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“Son las 5 de la mañana y no he dormido nada, pensando en tu belleza y loco voy a parar. El insomnio es mi castigo, tu amor será mi alivio, y hasta que no seas mía no viviré en paz. (…) No ohhhhh, no es amor, lo que tu sientes, se llama obsesión. Una ilusión en tu pensamiento que te hace hacer cosas, así funciona el corazón. ”

No es amor, Aventura (2006)

Como dice esta terrorífica bachata, vivimos obsesionados con el amor. Una ardilla podría atravesar la península ibérica de cabeza enamorada en cabeza enamorada o de desamor en desamor. Y es que el amor es un tema omnipresente en el imaginario colectivo.

El amor se idealiza cuando no se tiene y genera todo tipo de conflictos cuando se acaricia. Esperamos una relación en la que Eros y Tánatos aprieten, pero no ahoguen. Sin embargo, enamoramiento y equilibrio son conceptos que pocas veces caminan de la mano. Y es que tomamos más benzodiacepinas por las plegarias atendidas que por las que quedan por atender. El amor duele, pero también es fuente de placer y bienestar. Como esas veces que te aproximas a hurtadillas al frigorífico en mitad de la noche y te pones ciego a chorizo o helado (o las dos cosas). Hay un placer intenso en la ingesta, pero el empacho posterior, la difícil digestión y la noche en vela hacen que cuestiones esa decisión. Incluso te prometes a ti mismo no dejarte llevar por la gula. La voracidad afectiva en el enamoramiento puede llevarnos a una secuencia similar.

En el ámbito de la psicología se amalgaman nuevos y viejos conceptos ligados a la obsesión por el amor. En algunas ocasiones son dolencias traídas por autores de superventas presentes en las secciones de autoayuda y ausentes en los manuales diagnósticos y práctica clínica. No por ello dejan de ser interesantes, ya que conectan con una realidad compartida, la de aquellos que orbitan entorno a el enamoramiento y el dolor del desamor. 

Es el caso del TOC relacional, también llamado TOC de amores. A pesar de no estar reconocido por la comunidad clínica ni por los principales manuales diagnósticos, ha calado y es objeto de numerosas publicaciones. En realidad, se trataría de una manifestación en lo afectivo de un trastorno obsesivo. La persona rumia dudas obsesivas sobre la relación, sobre los propios sentimientos o sobre los del otro. Cuando la duda se centra en la idoneidad del otro, el perfeccionismo se traslada al objeto de deseo, hacia algún aspecto que no acaba de encajar con una expectativa rígida. Se duda sobre su belleza, inteligencia o educación. Tal vez exista un rasgo físico, un aspecto de su personalidad o un gesto que resulta irritante. Dudamos sobre nuestra implicación en la relación y observamos nuestra respuesta emocional y evitamos situaciones, o generamos las contrarias, que puedan detonar esos pensamientos que nos dicen que estamos impostando una relación, que no es real. El bienestar emocional sólo se alcanza cuando el momento es “perfecto”. El psicólogo Israelí Guy Doron y su equipo (2013) proponen una forma de evaluación de las manifestaciones del TOC en la relación de pareja poniendo el foco en la sensación de inadecuación del otro. Para ello proponen 6 aspectos: apariencia física, sociabilidad, moralidad, estabilidad, inteligencia y competencia.

La duda obsesiva en el amor está muy entreverada en la conceptualización de las relaciones propia de esta época. En tiempos de Tinder e Instagram, el objeto de deseo puede ser también objeto de consumo. Y este debe ser el adecuado. Se emprende una misión cuasi imposible en la búsqueda del match perfecto. Eva Illouz (2023) sostiene que nuestra obsesión por el amor se debe en gran parte a la influencia de la cultura de consumo en nuestras vidas. Cada lugar común del romance, desde la típica cena íntima a la luz de las velas hasta un regalo de aniversario está edificado sobre el mercado y la publicidad. En este sentido, el amor se ha convertido en una mercancía que se puede comprar y vender, y que se valora en función de su capacidad para hacernos felices. Illouz argumenta que la cultura del consumo nos ha llevado a ver el amor como una necesidad, algo que debemos tener para ser felices y completos. Sin embargo, no debemos olvidar que la búsqueda constante de amor y afecto no compone un capricho, sino que responde a una motivación humana profunda y arraigada.

Cuando la obsesión se cierne sobre los sentimientos del otro aparecen los celos y la inseguridad. El miedo acecha y también nos puede llevar a una vorágine de comprobaciones para testar la respuesta emocional del otro. Es el caso de la celotipia, también referida como celos patológicos o síndrome de Otelo.

El término Síndrome de Otelo es introducido por el psiquiatra inglés John Todd en 1955 para referir un tipo de celotipia severa caracterizada por un delirio persistente cuyo eje es la infidelidad de la pareja. La persona, presa de unos celos extremos vive convencida de que su pareja le es infiel sin que exista motivo real que lo justifique. El detonante acostumbra a ser un hecho aparentemente banal; un retraso injustificado, una llamada comercial en el teléfono móvil o una mirada ausente. A partir de la sospecha se construye una interpretación en la que subyace un profundo miedo al abandono. 

Y es el miedo al abandono uno de los pilares de la dependencia emocional, otra forma de obsesión afectiva. Jorge Castelló (2000), probablemente la voz patria más autorizada para hablar de este tipo de apego exacerbado, define la dependencia emocional como un patrón persistente de necesidades afectivas y de comportamientos no adaptativos orientados a la satisfacción de dichas necesidades. No se trata de la típica fase de enamoramiento en la que se pierde la cabeza, se trata de un patrón continuado y recurrente en la forma de establecer y mantener relaciones afectivas. En la relación dependiente se idealiza al otro y se desea su cercanía constante. La persona dependiente emocionalmente pone a su pareja y/o su relación por encima de todo, incluso priorizándola a sí misma. Así, en muchas ocasiones, la persona va dejando poco a poco de lado a sus amigos/as, descuida su desempeño laboral o académico, sus intereses, aficiones, etc.

La dependencia emocional conlleva un alto grado de conflicto y malestar psicológico. Sin embargo, la ruptura no suele contemplarse como una opción válida. El dependiente emocional coloca en el centro de su universo a su pareja y orbita en torno a él o ella. Por ello, pensar en una ruptura o abandono provoca que tiemblen los cimientos de su realidad. La magnificación del amor, la búsqueda de cercanía, la idealización y el miedo al abandono crean dinámicas de poder descompensadas y complejas. En muchas ocasiones, los celos coexisten con el autoengaño. Es decir, es la propia persona dependiente emocional la que, casi siempre de forma inconsciente, tiende a procesar sólo aquella información coherente con su historia de amor. Así, o bien no se percibe o se minimiza lo descompensado de la relación o bien se buscan excusas (y se encuentran) para negar o explicar los conflictos, humillaciones o simplemente la brecha en la implicación entre ambos miembros de la pareja.

Una forma extrema de amor obsesivo y delirante sería el poco común síndrome de Clérembault, también referido como erotomanía o delirio erotomaníaco. Fue descrito por primera vez en 1921 por el psiquiatra francés Gäetan Gatian de Clérambault y consiste en un delirio cuya temática se centra en la existencia de una persona amada. En este caso, la persona pierde contacto con la realidad en su obsesión por el objeto amado. Se trata de una condición paranoide con validez clínica, e incluida un subtipo de trastorno delirante en el DSM-5, la biblia de psiquiatras y psicólogos. El objeto de deseo acostumbra a ser alguien inalcanzable, por su estatus social, económico o situación amorosa, y con quien generalmente no se ha mantenido una interacción relevante. Pese a ello el paciente mantiene una inquebrantable fe en que es correspondido y observa mensajes ocultos o signos de reciprocidad en los más nimios detalles. A menudo resulta en una suerte de acoso y persecución del objeto de deseo, y que en algunos casos llega a tener trágicas consecuencias.

Una forma similar de obsesión, aunque sin delirio, es descrita por Dorothy Tennov, cuando allá a finales de los setenta introduce el término limerencia. Este refiere, en palabras de la propia autora, “un estado involuntario e interpersonal que implica un deseo agudo de reciprocidad emocional, con pensamientos, sentimientos y comportamientos obsesivos, y dependencia emocional hacia otra persona”. Sería un popurrí de todo lo anterior, o un subtipo de dependencia en el que no es imprescindible mantener una relación de pareja. En este caso, ambos pueden ser amigos, compañeros de trabajo, amantes, vecinos, etc.

Como el obsesivo, el dependiente, el celotípico o el erotomaníaco, el limerente rumia de forma constante sobre su objeto de deseo. Ya sea en forma de pensamientos intrusivos o ideación fantasiosa, el otro ocupa el eje de su existencia. Cualquier situación puede ser detonante de pensamientos sobre él o ella; orientados tanto a la recreación de momentos pasados como a la posibilidad de contacto o afecto futuro.

Pese al debate, muchos de los términos pseudo clínicos relativos al amor no componen diagnósticos válidos ni tienen entidad clínica. Afortunadamente, existen una serie de criterios que todo síndrome, trastorno o enfermedad debe cumplir para ser considerado tal. Establecer un vínculo afectivo de una forma disfuncional no implica padecer una enfermedad mental. Al fin y al cabo, el conflicto, aunque duela, no constituye necesariamente una patología.

David Martín Escudero

Castelló, J. (2005). Dependencia emocional. Características y tratamiento. Alianza Editorial.

Doron, G., Szepsenwol, O., Karp E. y Gal N. (2013). Obsessing about intimate-relationships: testing the double relationship-vulnerability hypothesis. Journal of Behavior Therapy and Experimental Psychiatry 44(4), 433–40.

Illouz, E. (2023). ¿Por qué duele el amor? Katz Editores.

Tennov, D. (1998). Love and Limerence: The Experience of Being in Love. Scarborough House. 

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