Miedo al abandono

Collage de Aurora Duque de la Torre

Madame Bovary (Flaubert, 1856) narra la historia del matrimonio infeliz, pero conveniente, entre una mujer joven y un médico rural entrado en años. Su protagonista, Emma Bovary, cree encontrar en un amante apuesto y acaudalado el amor verdadero que tanto anhela. Todo el mundo de Emma orbita en torno a su amante, y cuando ya acaricia una fuga soñada, Emma recibe una carta que confirma su terror más profundo: su miedo al abandono. Rodolfo, su amante, no cumplirá su promesa de entrega y pone fin a su amorío. Emma entra en una debacle de sufrimiento que acabará con la ingesta de una dosis de arsénico suficiente para huir de forma definitiva de su denostada gris realidad. Curiosamente Emma Bovary daría un nombre a un síndrome que tuvo peso en la primera mitad del siglo pasado y que en la actualidad se asemejaría a un trastorno histriónico de la personalidad.

El miedo al abandono en el siglo XXI

Las cosas han cambiado mucho desde que Flaubert fascinará al mundo con su transgresora novela. Aquel hasta que la muerte nos separe ha sido sustituido por un hasta que el enamoramiento (o simplemente la atracción) acabe. La hegemonía de la mentalidad de consumo en nuestro mundo afectivo y sexual ha sustituido a la vieja ética sexual cristiana. La socióloga (y jefaza en temas de amores en el siglo XXI) Eva Illouz afirma que la ruptura ha pasado a ser una característica común y corriente de las relaciones sexuales y románticas. La incertidumbre emocional en el ámbito del amor, el romance y el sexo es el efecto sociológico directo de las maneras en el que la ideología de la elección individual ha ensamblado la cultura del consumo (Illouz, 2020).

Afortunadamente, consideramos más formas de relación sexoafectiva que aquella heteronormativa tradicional y mayoritaria. La antigua monogamia rígida y perenne está en declive y emergen diferentes disidencias en lo sexoafectivo. En este contexto, la posibilidad de cambio de pareja, aunque doloroso, no es tan transgresor como antaño.

Todas y todos hemos temido el abandono. Al fin y al cabo, el amor zen es un lujo al alcance de muy pocos. El afecto trae consigo vulnerabilidad. Ya lo decía Santa Teresa de Jesús, y más tarde lo mentaba Truman Capote, se toman más benzodiacepinas por las plegarias atendidas que por aquellas que permanecen desatendidas. Una vez se obtiene el objeto de deseo, la posibilidad de perderlo acecha en cada esquina.  

El auge de las aplicaciones de citas ha multiplicado las posibilidades de inicio de una relación sexual o afectiva. Por tanto, también ha crecido exponencialmente la posibilidad de ser apartado o sustituido. Las formas de rechazo también se han democratizado y la incertidumbre afectiva, en sus diferentes modalidades, ya está al alcance de todas y todos. Son tiempos en los que se han popularizado anglicismos como ghosting (cuando el otro desaparece sin más), gaslighting (cuando el otro te hace dudar de tu propia cordura negando la realidad de rechazo), breadcrumbing (cuando el otro genera expectativas, pero no se entrega), benching (cuando el otro te mantiene como plan B a la espera de un mejor candidato) o pocketing (cuando el otro no te introduce en otros ámbitos relacionales).

En tiempos de Tinder e Instagram, el objeto de deseo es también objeto de consumo. Y este debe ser aquel que demandamos. Aterrados ante la soledad no deseada y obsesionados por el amor, emprendemos una misión cuasi imposible en la búsqueda del match perfecto. Eva Illouz (2023) argumenta que cada lugar común del romance, desde la típica cena íntima a la luz de las velas hasta una escapada de fin de semana está edificado sobre una cultura de mercado y publicidad. Illouz sostiene que la cultura del consumo nos ha llevado a ver el amor como una necesidad, algo que debemos tener para ser felices y completos. Sin embargo, no debemos olvidar que la búsqueda constante de amor y afecto no compone un capricho, sino que responde a una motivación humana profunda y arraigada.

¿Por qué duele tanto el abandono?

Schopenhauer afirmaba que la propia experiencia psíquica transcurre a través de la memoria y la anticipación. El sufrimiento psíquico también emerge de nuestros recuerdos y expectativas. El miedo al abandono conectaría la experiencia de pérdida con la anticipación de la deserción del objeto de deseo. Tememos el abandono porque refiere una experiencia de dolor universal. El rechazo o la ruptura compone una de las vivencias vitales que generan mayor sufrimiento psicológico. El dolor se exacerba cuando la decisión no es compartida, cuando es el otro quien toma la decisión de dejar la relación.

La ruptura forma parte de una cultura que rápidamente deja obsoletas a las personas para remplazarlas por la propia autonomía o la posibilidad de una pareja más afín a nuestras necesidades afectivas y sexuales. Es la consecución de que aquel me han dejado por alguien más joven, o con mejores atributos sexuales, o con mayor estatus social o económico. 

En la cultura de consumo, ser abandonado equivale a ser devuelto al estante del supermercado o a ser despedido de nuestro puesto de trabajo. El abandono afecta a la propia identidad, ya que implica una devaluación en nuestro autoconcepto. En la ruptura nos sentimos perdidos; se desmonta un futuro proyectado en pareja, en ocasiones se pierde el contacto con personas queridas, puede haber un cambio de domicilio, una disminución de nuestra capacidad adquisitiva, se dan alteraciones en nuestros hábitos y rutinas, etc. Sin embargo, tendemos a atribuir todo el malestar a la simple ausencia del otro.

La persona rechazada acostumbra a pasar por un proceso de duelo con muchas semejanzas al que se atraviesa cuando muere un ser querido, o incluso cuando se padece una depresión. Son momentos de tristeza, melancolía, desesperanza, ansiedad, irritabilidad, insomnio, inapetencia, apatía, etc. Tras el abandono debemos adaptarnos a una nueva situación. Debemos reconfigurar el yo.

Inseguridad afectiva

Jorge Castelló define el rechazo o abandono como la pérdida total o parcial intencionada del vínculo afectivo que mantenemos con otra persona (Castelló, 2019). La vulnerabilidad al rechazo o al abandono es reflejo de una inseguridad afectiva subyacente; esta partiría de una sensación inconsciente de que los lazos emocionales que unen al sujeto vulnerable con sus figuras más significativas son frágiles, inestables y pueden quebrarse en cualquier momento. Por el contrario, la seguridad afectiva implicaría vivir las relaciones afectivas con la sensación de que los vínculos son sólidos y difícilmente quebrantables. Para la persona con vulnerabilidad al rechazo, su vivencia implica un cuestionamiento personal total, como una sensación de futilidad, de carencia absoluta de sentido en la vida.

En la vulnerabilidad al abandono no solo aterroriza la ruptura, también se teme la ausencia de reciprocidad o la pérdida de interés. La propia incertidumbre se vive con angustia y el vacío afectivo solo se calma con la certeza que ofrece el contacto con el otro. En estos casos, la demora a la hora de responder un mensaje, la ausencia de atención exclusiva cuando se está en grupo, una mirada perdida o un silencio prolongado pueden ser interpretados como signos de rechazo, como la antesala del fin de la relación. Tampoco es exclusivo de la relación de pareja. El miedo al abandono también puede cernirse sobre el grupo de iguales, cuando tememos ser ignorados por “la pandilla”, o por un amigo o amiga.

El estilo de apego y la vulnerabilidad al rechazo

Algunas personas son más vulnerables a la incertidumbre emocional propia de nuestro tiempo. Las carencias afectivas tempranas contribuyen a la inseguridad afectiva en la edad adulta. Muchos psicólogos vinculan el miedo al abandono a un estilo de apego desadaptativo.

El afecto o la forma de vincularnos al otro estaría determinado por la propia experiencia con el entorno desde etapas muy iniciales. Sin desdeñar aquellos factores temperamentales, con raíces en lo biológico y hereditario, podemos decir que nuestra forma de amar es aprendida. El estilo de apego refiere la forma en que nos relacionamos con el otro y como procuramos conexión emocional e intimidad. Los estilos de apego se desarrollan durante la infancia y se sustentan en las interacciones del niño con sus figuras afectivas. Son cuatro los principales estilos de apego: seguro, ansioso-ambivalente, evitativo y desorganizado.

La seguridad afectiva se relaciona con un estilo de apego seguro, este se caracteriza por la consistencia e incondicionalidad del afecto. En la infancia, el niño se siente atendido, querido y aceptado. En términos generales, el adulto con un estilo de apego seguro tendería a relacionarse afectivamente de forma saludable. La vulnerabilidad al rechazo estaría asociada a un estilo de apego ansioso ambivalente, también conocido como apego inseguro. Este se caracteriza por la inconsistencia en las conductas de cuidado y seguridad. En el apego ansioso ambivalente, las estrategias del niño se pueblan de llantos y rabietas ante la desatención o la anticipación de separación. La persona adulta con este estilo de apego tiende a sentir una fuerte necesidad de contacto y aprobación. También son dados a las dudas, inseguridades y preocupación en sus relaciones, temiendo el rechazo o el abandono.

La teoría del apego ofrece un marco teórico para la comprensión del desarrollo y mantenimiento de las dificultades relacionales del individuo. Un estilo de apego ansioso sería por tanto un aspecto crucial en aquellas personas vulnerables al rechazo o al abandono, es decir que padecen los mismos miedos de manera recurrente en sus relaciones.

Sin embargo, el trauma infantil no es exclusivo ni suficiente para explicar la etiología de la vulnerabilidad al rechazo. Crecer en un entorno con figuras negligentes no garantiza el fracaso en las relaciones afectivas en la vida adulta. Existen personas en los que no identificamos la experiencia traumática, el abuso o la desatención en su infancia. No debemos olvidar la relevancia de aquellos factores genéticos que determinan rasgos de temperamento, o la propia experiencia afectiva en la juventud o la vida adulta, que también impacta en nuestra forma de relacionarnos. Tampoco podemos aislar el miedo al abandono de un contexto cultural cambiante. La idealización y búsqueda del amor, las necesidades de autonomía y la incertidumbre afectiva son aspectos individuales que se magnifican en un contexto en el que deseo y consumo caminan de la mano. Sea cual sea la casuística, para aquellos con vulnerabilidad al rechazo, el trayecto se hace más duro.

David Martín Escudero

Castelló, J. (2019). El miedo al rechazo en la dependencia emocional y en el trastorno límite de personalidad. Alianza Editorial.

Illouz, E. (2020). El fin del amor: una sociología de las relaciones negativas. Katz Editores.

Illouz, E. (2023). ¿Por qué duele el amor? Katz Editores.

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