Hace unos meses publicábamos un post sobre las posibles causas de la ensoñación excesiva. A pesar de no estar incluido en los principales manuales diagnósticos, se trata de un fenómeno con un interés creciente. La ensoñación excesiva o ensoñación inadaptada, refiere un trastorno que se caracteriza por la ideación intensa y prolongada de vivencias ficticias que interfieren en la vida social y proyecto vital de la persona. Es decir, una suerte de adicción a la propia fantasía que compone una huida de la realidad compartida y que afecta al funcionamiento social, afectivo y laboral. El soñador se pierde en sus propias fantasías, como si se tratase de un metaverso particular, hasta perder el control e impactar seriamente en su día a día.
El paracosmos, la creatividad y la ensoñación excesiva
El anticipado metaverso guarda algunas similitudes con el mundo interior de las personas que padecen ensoñación excesiva. Las personas con ensoñación excesiva mantienen una actividad fantasiosa intensa y absorbente en un relato privado con un alto grado de elaboración. Estos mundos mentales ya fueron definidos en la literatura como “paracosmos”. Los psiquiatras Delmont Morrison y Shirley Linden Morrison utilizan el término para referir el mundo interior creado por algunas personas ante la experiencia de trauma o aislamiento. En la infancia y adolescencia, el paracosmos funcionaría como una forma de procesar la experiencia traumática. Algunos ilustres escritores como James M. Barrie, J.R.R. Tolking, Karen Blixen o Emily Brontë desarrollarían sus propios mundos interiores tras la experiencia de la pérdida temprana.
No todos somos capaces de huir hacia mundos interiores. Idear un paracosmos con complejidad y elaboración suficiente para zambullirse durante horas requiere una competencia intelectual elevada, una gran capacidad para la inmersión y altas dosis de creatividad. Así lo asevera un estudio reciente en el que se observan patrones cerebrales medidos a través de resonancias magnéticas. Las conclusiones arrojan que aquellos participantes que informaron que soñaban despiertos con más frecuencia obtuvieron puntuaciones más altas en la capacidad intelectual y creativa, y tenían sistemas cerebrales más eficientes (Godwin y col., 2017).
Ensoñación excesiva y regulación emocional
En la práctica clínica observamos que la inmersión compone una forma de compensación emocional, una huida hacia un mundo propio en el que el individuo genera una narrativa ad hoc. La fuga interior es una forma de lidiar con una realidad estresante o angustiosa.
Ya en sus estudios iniciales, Somer identifica varias funciones relacionadas con la regulación emocional de la ensoñación: «desconexión del estrés y el dolor”, “realización de deseos» y «compañía, intimidad y alivio» (Somer, 2002). La inmersión fantasiosa como forma de regulación emocional también es señalada en estudios posteriores (Bigelsen y Schupak, 2011; Somer y Herscu, 2017).
En los pacientes observamos que la inmersión continuada implica un déficit para la regulación de las emociones desagradables producto de unas circunstancias frustrantes o estresantes. Pan para hoy, hambre para mañana. El soñador tiende a evitar lidiar con sus problemas reales, y genera un mundo más amable en el que obtener placer y satisfacción en el acto. La huida implica la evitación del malestar, una solución muy eficaz en el corto plazo, pero vacía de soluciones de largo recorrido.
La inmersión fantasiosa continuada y/o compulsiva es por tanto causa y producto de aislamiento y malestar psicológico. Compone una respuesta al trauma, la soledad o la insatisfacción y cuando adquiere un valor sustitutivo de lo real acaba produciendo desconexión, aislamiento y malestar psicológico. Es decir, el mundo ideado puede adquirir un papel más importante que la realidad compartida y cotidiana. Los vínculos afectivos con los personajes inventados a menudo reemplazan las dolorosas o insatisfactorias relaciones de la vida real. En el proceso, la persona prioriza su mundo íntimo y descuida sus relaciones afectivas, sociales, académicas o laborales. Puede llegarse al extremo: acabar sin amigos, sin actividad académica o laboral, incluso llegando a tener un impacto negativo en necesidades básicas como sueño, alimentación e higiene.
Por tanto, aunque soñar despierto puede ser una actividad placentera, como estrategia de afrontamiento tendría un carácter disfuncional en el momento que genera un círculo vicioso de aislamiento social y angustia. En una pescadilla que se muerde la cola, el aislamiento y la desconexión genera aún más la necesidad de regular el estrés con más inmersiones fantasiosas (Bigelsen y Schupak, 2011). En estos casos encontramos múltiples esfuerzos fallidos por controlar la inmersión, vergüenza intensa y ocultación de la actividad fantasiosa. Dado que estas características clínicas se asemejan a las observadas en los comportamientos adictivos, muchos autores proponen la clasificación de la ensoñación inadaptada como una adicción conductual.
El carácter compensatorio en la narrativa es claro. El soñador procura en su mundo interior una identidad, una serie de logros y experiencias deseadas y no presentes en la realidad compartida. El soñador con necesidades afectivas insatisfechas tenderá a poblar sus ensoñaciones con amigos inseparables y relaciones románticas y pasionales. Aquel que se percibe como anodino y socialmente irrelevante procurará una narrativa plena de triunfos y reconocimiento. Aquél que percibe su realidad como rutinaria y aburrida poblará sus fantasías de aventuras arriesgadas y emocionantes. El mundo interior avanza ganando terreno a la cruda realidad.
Asumir la función regulatoria del malestar de la inmersión fantasiosa presenta interesantes implicaciones para el proceso terapéutico. En este, el foco no debe centrarse exclusivamente en el control del impulso de inmersión o en la gestión de las propias fantasías. También fundamental explorar en aquellos estresores y déficits en la vida real que se sitúan tras la huida y promover herramientas eficaces de regulación emocional.
David Martín Escudero
Referencias
Bigelsen, J., & Schupak, C. (2011). Compulsive fantasy: Proposed evidence of an under-reported syndrome through a systematic study of 90 self-identified non-normative fantasizers. Consciousness and Cognition: An International Journal, 20, 1634-1648.
Godwin C.A., Hunter M.A., Bezdek M., Lieberman G., Elkin-Frankston S., Romero V., Witkiewitz K., Clark V., Schumacher E. (2017). Functional connectivity within and between intrinsic brain networks correlates with trait mind wandering. Neuropsychologia,103, 140-153.
Somer, E. (2002). Maladaptive daydreaming: A qualitative inquiry. Journal of Contemporary Psychotherapy, 32(2), 195–210.
Somer, E., & Herscu, O. (2017). Childhood Trauma, Social Anxiety, Absorption and Fantasy Dependence: Two Potential Mediated Pathways to Maladaptive Daydreaming.