¿Qué son los pensamientos intrusivos de agresión?

Pensamientos intrusivos de agresión
Foto de Kaiwen Sun

La idea de hacer daño a alguien ha pasado por muchas cabezas muy pacíficas. Todos tenemos ideas involuntarias que cuanto menos pueden sorprendernos. Como un rasguño que cicatriza espontáneamente, la idea invasora no es fuente de preocupación y simplemente se diluye. Sin embargo, en algunas personas estos pensamientos intrusivos de agresión se infectan y multiplican generando un intenso malestar.   

Cuando hablamos de pensamientos intrusivos de agresión nos referimos a pensamientos repetitivos y no deseados que implican hacer daño a uno mismo o a otras personas. Estos pueden ser perturbadores y angustiantes para la persona que los experimenta y pueden llevar a sentimientos de culpa, vergüenza y ansiedad.

Podemos hablar de dos tipos en cuanto a su contenido. Aquellos en los que la agresión va dirigida a otra persona o aquellos que implican daño hacia uno mismo. En el primer grupo abundan aquellos pensamientos en los que el objeto de agresión es alguien percibido como vulnerable: un bebé, un perrito, una anciana, etc. En ambos casos, son más comunes cuando en el entorno desencadenante encontramos la posibilidad de hacer daño. Por ejemplo, cuando nos encontramos en un andén concurrido del metro o tren, en la acera ante el tráfico, en la proximidad de una ventana o balcón o ante la cercanía de un objeto punzante. En los casos más extremos, estas situaciones u objetos tienden a ser evitados, no tanto porque se pueda producir el escenario temido, sino por el temor a la aparición del pensamiento y el consecuente malestar.

Es importante distinguir los pensamientos intrusivos de agresión hacia uno mismo de la ideación suicida. Los pensamientos intrusivos no contemplan una reflexión, planificación, ni un deseo real de dejar este mundo. En la ideación suicida si existe un malestar previo, un sentimiento de abatimiento y desesperanza que subyace en el impulso de acabar con la propia vida. Tener pensamientos intrusivos de agresión no implica sentir un deseo real de hacer daño a alguien o hacia uno mismo. El pensamiento refiere un proceso involuntario y en la conducta media una toma de decisiones que sí presenta un carácter voluntario. Al fin y al cabo, pensar nada tiene que ver con hacer. Aunque estas ideas pueden ser aterradoras y difíciles de controlar, es importante recordar que tener pensamientos intrusivos no significa que estemos cerca de actuar.

Las personas con un rasgo obsesivo son más propensas a generar este tipo de pensamientos. Sin embargo, tener pensamientos intrusivos no significa padecer un trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Algunos autores consideran los pensamientos intrusivos como una variante no clínica de las obsesiones y se diferencian de estas en tres aspectos esenciales: la frecuencia de aparición es menor, la valoración que la persona hace no es catastrófica y ante estos no existe una necesidad imperiosa de control o supresión (Morillo et al., 2003).

Otros tipos de pensamientos intrusivos

Los pensamientos intrusivos suelen presentar una temática agresiva, sexual o religiosa y tienden a provocar contrariedad, miedo, asco o estupor.

  • Pensamientos intrusivos de agresión, siendo especialmente frecuentes aquellos en los que se hace daño o mata una mascota, un niño/a, una persona mayor o alguien que se percibe como más débil.
  • Pensamientos autolesivos o suicidas que despiertan el miedo a hacerse daño. En este sentido abundan las ideas de saltar por un balcón, al andén del metro, dar un volantazo en el coche, cortarse con un cuchillo, etc.
  • Ideas sexualmente perturbadoras, tales como incesto, pedofilia, sadismo, zoofilia, etc. También son frecuentes pensamientos homoeróticos (mayormente en hombres heterosexuales que atribuyen un gran valor a su heterosexualidad) asociados a cierto malestar. Son pensamientos relativamente usuales, y sólo son problemáticos si ponen en cuestión la propia orientación sexual o cuestionan los valores morales.
  • De tipo religioso, que afecta a personas devotas cuando les asaltan ideas blasfemas o moralmente reprobables. En este caso el beato o beata siente que traiciona su credo, produciendo sentimientos de culpa y vergüenza, llegando incluso a temer ser castigado/a.

También podemos distinguir un pensamiento intrusivo de una preocupación recurrente en dos aspectos fundamentales. Mientras que en la preocupación existe un tren de pensamiento relativamente complejo y articulado, la idea intrusiva se presenta de manera más bruta y simple, algo parecido a una imagen mental. Por otra parte, una preocupación refiere la anticipación de un escenario negativo, puede ser más o menos realista pero no interfiere necesariamente con la identidad del individuo. Las preocupaciones se consideran más egosintónicas, lo que significa que están más alineadas con nuestras creencias.

El pensamiento intrusivo se caracteriza por su carácter egodistónico, es decir, está en desacuerdo con la identidad o los valores de la persona que lo padece, y por ello genera una respuesta emocional. Así, si aparece la idea de arrojar el caniche de una anciana por la ventana, nos preguntamos si somos unos psicópatas, si realmente sentimos el deseo de hacer daño a ese animalito.

Los procesos irónicos del control mental

El psicólogo social Daniel Wegner estudió por primera vez la teoría de los procesos irónicos en 1987. Descubrió que la incapacidad para inhibir ciertos pensamientos podría empeorar durante momentos de estrés en personas propensas a la ansiedad. En el famoso experimento del oso polar, los participantes fueron instruidos para evitar pensar en este animal, mientras se les pedía que contaran hacia atrás desde un número alto en voz alta. Si los participantes pensaban en el oso polar, debían presionar un botón para indicar que habían pensado en él.

Los resultados del estudio mostraron que los participantes a los que se instruyó para evitar pensar en el oso polar informaron de más pensamientos relacionados que los participantes en el grupo de control que no recibieron esta instrucción.

Los resultados sugieren que los intentos de supresión o evitación de un pensamiento indeseado muestran un efecto de incremento inmediato, o bien de incremento demorado llamado ‘efecto rebote’. El mismo investigador desarrolló un modelo teórico para explicar el incremento pensamientos indeseados basado en dos procesos. El primero, sería un proceso voluntario y consciente que pretende evocar ideas distractoras para reemplazar el pensamiento a evitar. El segundo proceso, involuntario y no consciente, funciona como un estado de alerta que rastrea posibles indicios o detonantes del pensamiento que se pretende suprimir (Wegner, 1994). Los pensamientos distractores generados por el primer proceso, paradójicamente se convierten en detonantes del pensamiento indeseado, ya que se asocian con el mismo.

Por tanto, los intentos por controlar activamente estos temidos pensamientos o emociones genera una especie de «monitor interno» que vigila estas ideas. Este monitor, paradójicamente, aumenta la frecuencia y la intensidad de los pensamientos no deseados. De esta forma, se genera un círculo vicioso en el que la lucha contra estos pensamientos sólo los hace más fuertes.

En el caso de los pensamientos de agresión, cuanto más intentemos evitarlos, más presentes estarán. Además, cuando nos acercamos a un estímulo activador, ya sea un andén de metro, una ventana, o un cuchillo sobre la encimera de la cocina, más probabilidades habrá de que se active el pensamiento indeseado.

En resumen, al igual que en la paradoja ansiosa, los intentos exacerbados de control consciente pueden tener efectos contraproducentes.

¿Qué hacer ante los pensamientos intrusivos de agresión?

El paciente debe aprender a distanciarse de sus pensamientos, y recordar que se trata tan solo de ideas involuntarias, no de hechos. Se debe aceptar esta arbitrariedad, y disminuir los intentos de control consciente. También es importante observar y gestionar los impulsos de evitación de situaciones en las que pueda surgir el pensamiento temido. Al fin y al cabo, la evitación limita nuestro día a día y otorga un carácter más amenazante a los pensamientos intrusivos. Cuando los pensamientos intrusivos son intensos y frecuentes, acudir al psicólogo puede ser una buena opción.

David Martín Escudero

Morillo, C., Giménez, A., Belloch, A., Lucero, M., Carrió, C y Cabedo, E. (2003). Pensamientos Intrusos En Obsesivos Subclinicos: Contenidos, Valoraciones, y Estrategias De Control. Revista de Psicopatologia y Psicología Clínica.  8 (1). 23-38.

Wegner D.M, (1994) Ironic processes of mental control. Psychological Review 101, 34-52.

Wegner D.M., Schneider D.J., Cárter S.R. y White T.L. (1987). Paradoxical effects of thought suppressionJournal of personality and social psychology 53, 5-13.

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