La psicología suscita cada vez más interés, y a veces hay conceptos inventados, u antiguos y casi olvidados, que se traen al presente. Hace unas semanas, comía con unos compañeros y hablaban de algunos términos que o bien están hasta en la sopa o bien comienzan a reaparecer en el imaginario colectivo. A continuación, se describen algunos ejemplos.
Resiliencia
Inicialmente durante los años de crisis económica y posteriormente durante la pandemia, la resiliencia ha aparecido (para quedarse) en el ideario colectivo. En el ámbito de la psicología, la resiliencia define aquel rasgo o competencia de las personas para resistir y rehacerse ante situaciones traumáticas o de pérdida. Es decir, se trata de aquella habilidad para enfrentarnos a las adversidades, superarlas y salir fortalecidos, o incluso transformados. Una alta autoestima, una buena competencia y apoyo social, el optimismo vital y la percepción de autonomía son las dimensiones o rasgos que mayor peso tienen en una personalidad resiliente.
Síndrome del impostor
El “síndrome del impostor” fue descrito por primera vez por las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes en el año 1978 en su artículo “The imposter phenomenon in high achieving women: Dynamics and therapeutic intervention». En el mismo, analizaron un grupo de mujeres exitosas en su ámbito profesional que compartían dudas sobre su desarrollo y competencias, y que temían ser un fraude y que tarde o temprano serían señaladas en su impostura.
Valerie Young protagonizó un fenómeno editorial más recientemente, en 2011 escribió un best-sellers llamado “The Secret Thoughts of Successful Women: Why Capable People Suffer from the Impostor Syndrome and how to Thrive in Spite of it” (los pensamientos secretos de las mujeres exitosas: por qué las personas capaces sufren el síndrome del impostor y cómo prosperar a pesar de él). La autora desarrolla el concepto y categoriza los comportamientos relacionados con este síndrome en cinco grupos de personas: perfeccionistas, individualistas, expertos, genios y superhumanos.
Limerencia
El término limerencia es acuñado por Dorothy Tennov en 1979, en su libro Love and Limerence – The experience of being in love. La limerencia es definida por la autora como un estado involuntario e interpersonal que implica un deseo agudo de reciprocidad emocional, con pensamientos, sentimientos y comportamientos obsesivos, y dependencia emocional hacia otra persona. Se trataría de un enamoramiento obsesivo en el que el objeto de deseo no tiene por qué corresponder su afecto, o un subtipo de dependencia en el que no es imprescindible mantener una relación de pareja. La relación puede ser de amistad, o compañeros de trabajo, amantes, vecinos, etc. Un amor frustrado que se mantiene en el largo plazo que ocasiona conflicto interno de malestar y decepción.
Procrastinar
Procrastinar implica dejar para más tarde aquello que podemos hacer ahora y no siempre es negativo. La procrastinación no compone un trastorno psicológico. El problema se manifiesta cuando el aplazamiento se cronifica y el malestar que genera se agrava o enquista, provocando carga mental y aversión hacia la tarea. Posponemos aquello que, aunque relevante, nos resulta incómodo. Ya sea una llamada, limpiar el baño o una gestión administrativa, lo dejamos para luego, aunque permanece en algún lugar de nuestra cabeza como tarea pendiente.
Como humanos tendemos a priorizar la satisfacción de nuestros deseos actuales a la hora de tomar una decisión. Es decir, aplicamos el sesgo del pan para hoy hambre para mañana. Es el enemigo de cualquier plan trazado a largo plazo, puesto que implica optar por el beneficio inmediato ante el provecho futuro. Aparentemente podemos pensar que simplemente es un problema de falta de disciplina o tesón. Sin embargo, procrastinar excesivamente generalmente se sustenta en un déficit de regulación emocional.
Eisoptrofobia
En las fobias específicas, los miedos más comunes se relacionan con la altura, los espacios cerrados, los aviones, conducir, las inyecciones, la oscuridad, las tormentas, los animales, o los espacios cerrados. También existen una serie de fobias raras y particulares que afectan a muy pocas personas.
Este el caso de la eisoptrofobia, que es el término clínico para describir la fobia a los espejos. Este miedo intenso e irracional se vincula en muchas ocasiones al pensamiento mágico y supersticiones. Los espejos, tan cotidianos hoy, durante milenios han sido objetos venerados y temidos, han estado presentes en mitos y leyendas y se han utilizado para narrar el pasado y el futuro, para viajar a otros mundos o para encontrar la verdad. Desde Blancanieves a Alicia, el espejo ha sido entendido como un objeto mágico. Las tradiciones de catoptromancia, el uso de espejos para la adivinación, han perdurado a través de la historia y se han incluido en cuentos y en prácticas populares de todo el mundo.
Sin embargo, no solo las personas que padecen eisoptrofobia sufren con los espejos. En el trastorno dismórfico corporal, el rechazo al propio reflejo se sustenta en una percepción distorsionada y una preocupación excesiva por defectos físicos inexistentes, o apenas perceptibles.
Ensoñación excesiva
El psiquiatra Eliezer Somer lo introduce en 2002 cuando publica un artículo describiendo un cuadro sintomático encontrado en pacientes que fueron víctimas de abuso sexual. Éstos afirmaban pasar horas ensimismados en ensoñaciones muy elaboradas y de las que temían ser adictos.
Las fantasías poseen una gran elaboración, con personajes y tramas al servicio del soñador/a. Estas presentan cierta coherencia y cohesión; es decir, la narrativa interna tiende a desarrollarse a partir de un mismo núcleo fantasioso. Como capítulos de una serie, o variaciones de una misma trama, se tiende a la repetición de esquemas. Son pocos los casos en los que el soñador genera contenidos novedosos en cada sesión. La trama acostumbra a tener un carácter compensatorio. Es decir, tiende a ocupar vacíos percibidos en la vida real y relacionados con expectativas no alcanzadas. Así, la aventura emerge ante una vida observada como rutinaria o anodina, el carácter romántico toma un carácter predominante ante el vacío afectivo, la notoriedad frente la ausencia de logros, la fama ante el escaso reconocimiento social, etc.
La ficción gana terreno a lo real e interfiere en el día a día del paciente. La inmersión puede prolongarse durante horas, impactando en su actividad laboral o académica y relaciones afectivas, familiares o sociales. En los casos más severos adquiere un patrón adictivo; la separación prolongada del relato interno genera ansiedad y desasosiego, como un síndrome de privación.
Hipersexualidad
Hace tan solo unos años, en junio de 2018, la OMS agrega el comportamiento sexual compulsivo -comúnmente llamado adicción sexual- a su Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11). La CIE-11 define el desorden comportamiento sexual compulsivo como: «un patrón persistente de falla para controlar los deseos sexuales o impulsos sexuales intensos y repetitivos que resultan en un comportamiento sexual repetitivo».
Las principales investigaciones señalan una prevalencia de cerca del 6% de la población, afectando principalmente a hombres. Al igual que en otros trastornos, la casuística estaría entreverada en factores de tipo biológicos y otros ambientales o vivenciales. Estos llevarían a configurar una serie de rasgos de personalidad, una tendencia al pensamiento obsesivo o la propia conducta compulsiva manifestada en el sexo.
En el trastorno hipersexual, el sexo se convierte en un objeto de consumo. La frecuencia es diaria, las relaciones son rápidas y a menudo poco satisfactorias, generalmente con personas desconocidas y con escasa interacción social o afectiva. Lo sexual se disocia de lo afectivo, lo cual no es necesariamente negativo, salvo en el caso de que la persona acabe sintiéndose inhabilitada para interactuar con el otro más allá de la práctica sexual. La percepción de riesgo disminuye y son habituales las relaciones sin protección. El comportamiento sexual se empobrece, adquiriendo un patrón estereotipado.
Al igual que en otras conductas compulsivas, como el juego o las compras, internet y las aplicaciones móviles son especialmente relevante en el patrón de consumo. Las formas más comunes de búsqueda de sexo serían los clubs o locales de sexo, zonas de cruising o la prostitución. En muchos casos y en términos funcionales, es el gran tiempo dedicado a la búsqueda de sexo lo que produce un mayor impacto en el individuo.
FOMO
El síndrome FOMO (acrónimo en inglés de «miedo a perderse algo») refiere el malestar que sienten algunos usuarios de redes sociales ante el temor de no participar o no enterarse de informaciones o eventos.
Las redes sociales componen escenarios virtuales compartidos que retroalimentan el sentido de pertenencia e integración a un grupo normativo. Resulta paradójico que en una sociedad hiperconectada las propias redes sociales puedan ser motor de sentimientos de soledad o inadecuación. Aquellos que sienten que están fuera del abanico de estereotipos que reparten las redes, o simplemente no reciben el retorno que esperan, obtienen sentimientos de escasa valía y desesperanza.
El FOMO emerge del deseo constante conexión con el grupo y el impulso de verificación compulsiva las redes sociales. Las redes sociales exponen de una manera sesgada el día a día de sus usuarios. Son el retrato de esos momentos burbujeantes de la vida del otro. Los más jóvenes pueden sentir ansiedad ante la posibilidad de no participar, o no estar presentes, o no recibir “likes” en esos espacios que engañosamente fraguan su pertenencia al grupo. El miedo a ser excluido, a no ser tan “cool” o a una vida gris y carente de significancia aparece ante la falta de contacto con el mundo virtual. Se da un efecto paradójico de las redes sociales. Cuantas más horas se pasan y energías se depositan en las redes, menos sensación de conexión y pertenencia se obtiene de las mismas.
David Martín escudero