Cuando pensamos en el síndrome del impostor, es posible que lo primero que aparezca en nuestras cabezas sea el protagonista de “El Adversario” de Carrère. Ese falso médico llamado Jean-Claude Romand, que acabó matando a su mujer, sus hijos y sus padres, cuando estaba cerca de ser descubierto en su mentira. O Enric Marco, ese anciano barcelonés y encantador que se hizo pasar por superviviente de los campos nazis durante décadas y que Javier Cercas explora en “El Impostor”. También podríamos pensar en otros personajes más pictóricos, como el pequeño Nicolás y sus andanzas narcisistas de Mortadelo en los servicios secretos patrios o aquel supuesto traductor de lengua de signos que amenizó el discurso de Barak Obama en el funeral de Nelson Mandela.
Sin embargo, estás víctimas de sus propias farsas podrían aproximarse a la psicopatía más absoluta (o a un trastorno narcisista de la personalidad) y nada tienen que ver con el llamado síndrome del impostor. Esté término refiere un “fenómeno” psicológico relativamente común en el que la persona se siente incapaz de internalizar sus logros y sufre un miedo persistente a ser descubierta como un fraude.
Este fenómeno fue descrito por primera vez por las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes en el año 1978 en su artículo “The imposter phenomenon in high achieving women: Dynamics and therapeutic intervention” (el fenómeno del impostor en mujeres de éxito: dinámicas e intervención terapéutica). En el mismo, las autoras se adelantaban unas décadas al fenómeno actual y analizaban las dudas e inseguridades de un grupo de mujeres de éxito en su ámbito profesional.
Valerie Young dio un petardazo editorial más recientemente, en 2011 escribió un superventas llamado “The Secret Thoughts of Successful Women: Why Capable People Suffer from the Impostor Syndrome and how to Thrive in Spite of it” (los pensamientos secretos de las mujeres exitosas: por qué las personas capaces sufren el síndrome del impostor y cómo prosperar a pesar de este).
Debemos utilizar el término evitando literalidad y con pocas ínfulas, ya que no tiene ninguna validez diagnóstica ni relevancia clínica. Se trata de un concepto, que al igual que en el caso del síndrome de Peter Pan, el de la cabaña o la crisis de mediana edad, que se ha afianzado en el imaginario colectivo, ha poblado la sección de autoayuda de toda librería y ha enriquecido a sus autores. Sin embargo, el síndrome del impostor no deja de ser interesante, ya que explora y genera un debate sobre algunos patrones de inseguridad y dudas con los que muchas y muchos se identifican. Estos patrones se ven reflejados en el desarrollo del concepto por parte de la autora y en los cinco subtipos que establece: perfeccionistas, expertas, individualistas, superdotadas y superpersonas.
Perfeccionistas
De acuerdo con la autora, síndrome de impostor y perfeccionismo a menudo van de la mano. En este subtipo, la autoexigencia fija listones para cada tarea. Para una persona perfeccionista poco o nada es suficiente, y a menudo, a pesar de conseguir sus metas, dudan sobre si realmente están a la altura. La querencia al control constituye otro rasgo relacionado y tienen dificultades para delegar responsabilidades.
La sensación de impostura parte de la sensación de que el logro no está bien al 100%. La satisfacción por el éxito se ve mermada por la propia crítica y la autoexigencia: si no consiguen sus propósitos en tiempo y forma, tal y como se esperaba, sienten que son un fraude.
Expertas
Para las expertas la supuesta impostura se relaciona con el conocimiento. El propio bagaje técnico o académico es infravalorado y queda en un segundo plano cuando se comparan con el resto. Se estremecen cuando alguien les califica de experta/o y dejan pasar oportunidades de promoción porque no se sienten cualificadas/os. Atesoran títulos y certificaciones siempre bajo la premisa de no saber suficiente. Si no dominan o conocen un área concreta, sienten que son un fraude.
Superdotadas
La tenacidad no es el fuerte de este subtipo. Son personas acostumbradas a brillar con facilidad y se fragmentan ante las dificultades. Viven con vergüenza sí algo no sale a la primera, si no se aprecia un talento natural o simplemente lleva un tiempo dominar área de conocimiento o competencia. El foco se traslada a las propias cualidades, sienten que no son válidos si no desarrollan una actividad, aunque sea la primera vez, con la rapidez y fluidez de un veterano. No ser capaz de triunfar durante la toma de contacto equivale a un fracaso y, por tanto, sienten que son un fraude.
Independientes
La frustración parte cuando se necesita la ayuda de otros para conseguir sus propósitos. De acuerdo con la autora, en este subtipo la persona parte de unas expectativas desmedidas; sus fines deben ser completados, de principio a fin, sin contar con nadie. Pedir ayuda compone un signo de debilidad y es motivo de vergüenza. Delegar es de cobardes y una vez se inicia una tarea, debe ser finalizada por uno mismo, sin ayuda. Los logros sólo son válidos si se consiguen de manera individual. Si necesitan apoyo, ayuda o colaboración externa, sienten que son un fraude.
Superpersonas
La autoexigencia se traslada a diferentes parcelas y roles asumidos. Ser una excelente profesional no es suficiente, además de ser una gran trabajadora, deben ser una madre, hija y amiga ejemplar. Los días no tienen horas suficientes para conseguir las metas autoimpuestas y los logros son claramente insatisfactorios si no se extienden en todos los ámbitos vitales. Cuando no se llega a todo, se siente que nada se hace bien, y por tanto…, que son un fraude.
En todos estos casos subyace un temor continuado a ser descubiertos, a ser desenmascarados y señalados como incompetentes o incapaces. Las dificultades para interiorizar el propio éxito de manera natural se sustentan en una profunda falta de confianza en una/o misma/o y un entorno que es percibido como un lugar hostil y amenazante.
A pesar de que el entorno reconoce sus méritos, aquellas personas que se rigen bajo estos patrones continúan sospechando que no son suficiente. El éxito es atribuido a factores externos, cómo la suerte o el privilegio.
Caer en preceptos positivos a lo Mr. Wonderful no compone una solución válida. No debemos olvidar que la autocrítica es útil. El problema no parte de dudar de los propios conocimientos, competencias o habilidades. Las dificultades emergen de un razonamiento rígido y dicotómico. Si no se me da bien, si no domino la materia, si necesito ayuda o si no doy el 100%, entonces no valgo absolutamente nada.
David Martín Escudero