Hoy en día utilizamos el término narcisista con tanta frecuencia que podríamos pensar que se trata de una epidemia. Una creciente querencia a la propia exposición y al voyeurismo parece situarse tras el éxito las redes sociales o el deseo de ser famoso. Sin embargo una página de Facebook o de Instagram repleta de ‘selfies’ con morritos y posados frente al espejo puede (y debe) hacernos cuestionar el buen gusto de una persona, pero no implica que sufra un trastorno psicológico.
El trastorno narcisista de la personalidad se define como ‘un patrón general de grandiosidad (en la imaginación o en el comportamiento), una necesidad de admiración y una carencia de empatía, que empieza al principio de la edad adulta y que se da en diversos contextos’. Se trata de un diagnóstico poco frecuente. Se estima que afecta a menos del 1% de la población general y a más hombres que mujeres.
El egocentrismo y la carencia de empatía se sitúan detrás de una tendencia a la manipulación e instrumentalización de las relaciones sociales, o a una utilización excesiva de la mentira. Sin embargo, el sentimiento de superioridad no está reñido con la fragilidad. Los narcisistas pueden sentirse humillados con facilidad y desplegar estrategias defensivas o agresivas cuando sienten que su valía es amenazada o confrontada.
Para la persona narcisista resulta muy difícil mantener una relación afectiva estable y satisfactoria. Frecuentemente se dan comportamientos donjuanescos, situando a su conquista como un logro o complemento para la reafirmación de su historia de vida. Sus relaciones se rigen en términos de idealización o devaluación del otro. Generalmente, el enamoramiento parte de una idealización del objeto de deseo. Tras la conquista, se suele dar un proceso de decepción y frustración que provoca una retirada del afecto. Acostumbran a ser relaciones cortas, aunque es posible que se prolonguen alternando fases de idealización y devaluación de manera sucesiva.
¿Cuáles son las causas del trastorno narcisista de la personalidad?
Existen investigaciones que apuntan a un origen en la infancia siguiendo la tradicional lógica psicodinámica de ‘la culpa es de los padres’. Las evidencias científicas lo avalan parcialmente. Un estudio reciente (Horton y Tritch 2014) sugiere que el control parental sí está detrás de la megalomanía o ideación ególatra del narcisista, es decir, de la imagen grandilocuente de sí mismo. Sin embargo, descarta otros factores que tradicionalmente se venían asociando como son la frialdad afectiva, sobrevaloración parental o supervisión exagerada.
Otras líneas de investigación señalan un proceso defectuoso en la construcción de la identidad en el que el miedo juega un papel fundamental. Desde esta lógica, el individuo construye una idea de sí mismo megalómana como respuesta defensiva o evitativa a su experiencia temprana, percibida como negativa o amenazante. El miedo activaría el rechazo a una identidad no deseada. En cierto sentido, una alta sensibilidad al miedo podría situarse detrás de un proceso de construcción de la propia identidad alejada de la realidad.
La neurociencia ha aportado evidencias que apoyarían esta tesis. Los sujetos diagnosticados con trastorno narcisista de la personalidad presentarían unos niveles mayores de cortisol, hormona cuya activación está modulada por el miedo o el estrés. Sin embargo, en lugar de suponer que el miedo se sitúa detrás del trastorno de la personalidad, también podríamos argumentar simplemente que el narcisismo provoca estrés.
La falta de consenso en su etiología podría estar parcialmente explicada por su heterogeneidad. Al igual que otros trastornos de la personalidad, el narcisista patológico podría no tener un patrón tan homogéneo como tradicionalmente se ha defendido. En la última década ha tomado relevancia una clasificación basada en tres subtipos. El primero, denominado ‘tipo grandioso–maligno’, se compone de individuos manipuladores, ambiciosos, ególatras y agresivos. El segundo, ‘tipo frágil’, incluye sujetos ansiosos y solitarios, con un autoconcepto que alberga ideas grandilocuentes de sí mismo como un mecanismo defensivo ante los otros. El último grupo, llamado ‘tipo alto funcionamiento–exhibicionista’, refiere individuos ególatras, extrovertidos, enérgicos, carismáticos y generalmente exitosos en sus carreras profesionales.
Sea cual sea el tipo referido, el narcisismo exacerbado no es un aspecto carismático más de personas excéntricas con un mucho ego. En el largo plazo, el trastorno narcisista de la personalidad puede provocar un profundo malestar psicológico tanto en la persona que lo padece como en las que le rodean.
¿Afecta por igual a hombres y mujeres?
En la tradición psicoanalítica, Freud alcanzó sus más altas cotas sexistas cuando afirmaba que las mujeres tendían más al narcisismo que los hombres, basándose en su tendencia a ser objeto (y no sujeto) de amor, y a una mayor preocupación por su apariencia física.
Sin embargo, la evidencia científica muestra lo contrario. De acuerdo a un reciente y ambicioso metaanálisis desarrollado en la universidad de Buffalo (Grijalva 2015), el narcisismo afecta más a los hombres y existen diferencias de género significativas. La investigación revisó 355 estudios elaborados en las últimas tres décadas y sus conclusiones señalan en el hombre narcisista una mayor tendencia a la instrumentalización del otro, una mayor expectativa de privilegios, un mayor deseo de poder y liderazgo y mayor conductas autoritarias. Por el contrario, las diferencias de género disminuyen drásticamente en términos de vanidad e exhibicionismo. Es decir, los hombres son más propensos a las ínfulas de poder y la explotación del otro mientras que ambos tienden a ser igualmente coquetos y presumidos.
El mito narcisista
El término tiene su origen en la Grecia Clásica. De acuerdo al mito, Narciso era un joven de una gran belleza que dejaba a su paso un reguero de mujeres enamoradas. Entre sus admiradoras se encontraba la ninfa Eco, anteriormente condenada a sólo ser capaz de repetir las últimas palabras que escuchaba. Un día de cacería, Narciso vagaba por el bosque escuchó un ruido. Era Eco. Cuando Narciso preguntó ‘¿Hay alguien aquí?’, la ninfa respondió: ‘Aquí, aquí’. Eco se mostró y Narciso se negó a aceptar su amor. La ninfa despechada, se ocultó en una gruta y allí se consumió hasta que sólo quedó su voz. Narciso fue castigado por su engreimiento. La diosa Némesis hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en un lago. Atrapado en la su propia contemplación acabó arrojándose al agua y murió ahogado. Allí creció una flor, un narciso.
La conclusión del mito es clara, un autoconcepto grandioso y alejado de la realidad puede incapacitar socialmente al individuo, posibilitar relaciones extremadamente descompensadas y favorecer comportamientos autodestructivos.
David Martín Escudero